Últimamente todos los jueves tratan de ti. De tu recuerdo en mi memoria, de tus errores, de tus escapes, de tus huídas. De lo mucho que tuve que ser sin ti. De todo el dolor que traigo encima de los huesos.
A veces pienso que sería más fácil borrarlo todo de mi mente; pero recuerdo que eso es simplemente imposible y que quizá haría la situación más grave -sí es que lo es-. Lo difícil es no saber cómo hacer para aligerarme a mí misma. Traigo mucho peso en el cuerpo, en la mente y, paradójicamente, en las faltas...
La última vez que hablé de ti salieron de mi boca palabras que jamás pensé decir, que jamás creí sentir. Fue ahí cuando me di cuenta de que las faltas me pesan más que siempre. Ahora que lo pienso más a fondo y con detenimiento, no era una broma, verdaderamente habrías sido una persona que me habría gustado conocer; verdaderamente me habría gustado aprender la vida desde tus ojos y verdaderamente creo que tenemos más cosas en común que la forma de los dedos del pie y la graduación en los anteojos. Y verdaderamente, me habría gustado conocer cómo eras tú y hablo en pasado porque sé que esa idea que yo tengo sobre ti en el ayer, es algo que ya no eres en el hoy y ese hoy es algo que yo no busco y algo a lo que no deseo asemejarme. Y, al final, eso es algo que, en el fondo, me causa tristeza y me hace sentir sola.
Por todas las cosas que me han tocado conocer y aprender, ahora sé porque muchos de mis demonios actuales vienen de mis fantasmas pasados y es una joda que me cueste tanto deshacerme de ellos y no lo hago porque, en el fondo, aquí sigo esperando. ¿Esperando a qué? Yo tampoco lo concibo. Pero me cuesta mucho dejar todo lo mal que me hace sentir... Supongo porque al final, es lo único que me sigue uniendo a ti...
Supongo que no he crecido. Porque no sé decir adiós.
Porque me cuesta dejarte ir.